I
Pude mirar
a través de cristales y rocas,
pude mirar
el mar y el cúmulo estelar...
El placer se acerca
len - ta - men te...
puedo mirarlo detrás de la lluvia,
a través de mis cuatro vientos...
Puedo adivinar a las sirenas
vomitando marismas
en los istmos de ebriedades granulosas,
donde encalla la barca de luz
y se despeña,
se desmorona
y se disuelve en éter...
La vagancia de mi prosapia
me lleva a rondar los feticidios,
me seduce la necrofagia
de la sinrazón desmemoriada...
Pude – por un instante –
Mirar a través de los cristales,
también a través del humo,
al cúmulo estelar
que elide sus demoras,
que bate sus mares de dudas
sobre las arenas de los ciegos
– que no dejan de esperarle... –
e inflama las miradas
de los que prefirieron
dar la espalda al mundo,
de los que se devoran en silencio,
sobre la sombra de donde emerge...
II
El cúmulo estelar
es placer porque es deseo,
es bendito aliento solitario...
agonía de todo lo perecedero,
mordaza corruptora del testigo silente
– voyeur en la noche-péndulo –
recuerdo vencido,
contraído al infinito
en una explosión
de sangre y semen,
de cuerpo y cicatrices...
Suplicio hedonístico...
El placer se oculta
– como siempre –
en los resquicios del miedo,
en las mismas callejuelas,
en las que bien sabemos...
en los traspatios del silencio.
Los humores de estos cuerpos
segregan auras secretas
que se funden y se dislocan.
El placer más profundo
es el que fluye del cúmulo estelar,
de este cúmulo de deseos
que se ocultan
– como siempre... –