La noche se llena de bares y a través de la ventana se ven dibujarse los rostros del alcohol.
Decidí salir a caminar y, con suerte, asesinar a alguien... (hace mucho tiempo que no siento extinguirse entre mis manos el calor de algún infeliz...)
Mi primer prospecto era la vecina que vive en el departamento debajo del mío; sin embargo la cercanía puede resultar comprometedora. Al salir de casa casi me tropiezo con ella y la escucho gritar como desesperada, al tiempo que los perros de la portera ladran. Debe ser algún lenguaje particular que sólo ellos (los perros y la vecina) comprenden, ahora que los escucho me parece que son tan estridentes que hasta encuentro una armonía muy particular en ellos. Mi imaginación y los perros le salvan la vida a la vieja (llegan a mi mente imágenes de un concierto brindado por un ensamble de ladridos acompañando a una solista gorda con una voz potentísima).
Sigo mi camino y al cruzar el parque me encuentro con una viejecita que caminaba lentamente y abrazaba una bolsa de pan y otras dos bolsas con sabrá el carajo qué cosas, de inmediato se convierte en mi prospecto número dos; sin embargo, pensar que quizás no tardaría demasiado en morirse por sí sola, me hizo dar marcha atrás a la navaja, que ya se alistaba para rebanarle el gañote. En lugar de hacer lo que mi instinto sanguinario me dictaba, me ofrecí para ayudarla con su carga y ella, desconfiada, aceptó. Pienso que vió la oportunidad de tener compañía para la merienda: no pude rechazarla, el café de olla, el pan tradicional de la panadería que atendía “Don Chon” y la pausada conversación de la señora, me reconfortaron por unos instantes; pero cuando recordé que había salido de mi casa con un propósito específico, me disculpé y salí ávido a buscar sangre tibia que descongelara mis manos solitarias.
Seguí caminando, atisbando en cada esquina, en cada bar... Hace tiempo que me dejó de satisfacer el asesinato de borrachos y de putas. Ahora quería cambiar de “gremio”; pero no encontraba a alguien suficientemente interesante...
La luz había llegado a la cima de mi creatividad... una pareja de novios andaban lentamente y hablaban de no sé que tantas estupideces, mientras paseaban a un perro con una correa suficientemente larga como para atarlos a ambos. Me les acerqué decidido y preparé mi navaja. Cuando menos se lo esperaban, tomé al escandaloso “French Poodle” entre mis manos y lo destacé con la destreza carnicera que me ha dio mi experiencia como cirujano (esa etapa de mi vida ya está superada), ante la mirada atónita y los gritos histéricos de él y ella respectivamente...
Con las manos ataviadas de sangre, me acerqué a la pareja y les dije: ¡Qué bonito perro...! ¿Muerde...?
Tiempo después supe que en los bares, aún se lloraba la muerte de la mascotita esa -y hasta una loa luctuosa le habían hecho...-
Decidí salir a caminar y, con suerte, asesinar a alguien... (hace mucho tiempo que no siento extinguirse entre mis manos el calor de algún infeliz...)
Mi primer prospecto era la vecina que vive en el departamento debajo del mío; sin embargo la cercanía puede resultar comprometedora. Al salir de casa casi me tropiezo con ella y la escucho gritar como desesperada, al tiempo que los perros de la portera ladran. Debe ser algún lenguaje particular que sólo ellos (los perros y la vecina) comprenden, ahora que los escucho me parece que son tan estridentes que hasta encuentro una armonía muy particular en ellos. Mi imaginación y los perros le salvan la vida a la vieja (llegan a mi mente imágenes de un concierto brindado por un ensamble de ladridos acompañando a una solista gorda con una voz potentísima).
Sigo mi camino y al cruzar el parque me encuentro con una viejecita que caminaba lentamente y abrazaba una bolsa de pan y otras dos bolsas con sabrá el carajo qué cosas, de inmediato se convierte en mi prospecto número dos; sin embargo, pensar que quizás no tardaría demasiado en morirse por sí sola, me hizo dar marcha atrás a la navaja, que ya se alistaba para rebanarle el gañote. En lugar de hacer lo que mi instinto sanguinario me dictaba, me ofrecí para ayudarla con su carga y ella, desconfiada, aceptó. Pienso que vió la oportunidad de tener compañía para la merienda: no pude rechazarla, el café de olla, el pan tradicional de la panadería que atendía “Don Chon” y la pausada conversación de la señora, me reconfortaron por unos instantes; pero cuando recordé que había salido de mi casa con un propósito específico, me disculpé y salí ávido a buscar sangre tibia que descongelara mis manos solitarias.
Seguí caminando, atisbando en cada esquina, en cada bar... Hace tiempo que me dejó de satisfacer el asesinato de borrachos y de putas. Ahora quería cambiar de “gremio”; pero no encontraba a alguien suficientemente interesante...
La luz había llegado a la cima de mi creatividad... una pareja de novios andaban lentamente y hablaban de no sé que tantas estupideces, mientras paseaban a un perro con una correa suficientemente larga como para atarlos a ambos. Me les acerqué decidido y preparé mi navaja. Cuando menos se lo esperaban, tomé al escandaloso “French Poodle” entre mis manos y lo destacé con la destreza carnicera que me ha dio mi experiencia como cirujano (esa etapa de mi vida ya está superada), ante la mirada atónita y los gritos histéricos de él y ella respectivamente...
Con las manos ataviadas de sangre, me acerqué a la pareja y les dije: ¡Qué bonito perro...! ¿Muerde...?
Tiempo después supe que en los bares, aún se lloraba la muerte de la mascotita esa -y hasta una loa luctuosa le habían hecho...-
1 Opiniones:
Siiii!!!! muerte a los poodles, me chocan, que bueno q los matas, jejeje.. me gusto tu relato, como la desesperacion por asesinar a alguien se vuelve tan absurda que hasta asesinas a un perro, muy bueno.
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