Perdóneme señor,
pero yo soy muy pobre,
no tengo ya
con qué pagar sus mercancías.
Llegué de la plaza
sin la plata tintineante
de la lágrima,
sin el cascabel dorado
de la risa.
Lo he gastado todo.
¡Todo!
Hice una sola compra,
una sola:
Compré el látigo fulminante
de la injuria.
Debe usted comprender mejor que nadie.
Es necesario tenerlo, guardarlo...
-con sus siete espuelas de hierro
bien afiladas en sus siete puntas-
Es necesario tenerlo, guardarlo,
ponerlo a remojar con sal,
con vinagre hirviente…
Guardo conmigo sólo dos palabras:
Una de humildad,
que será la herencia de mis hijos.
Y otra de consuelo
para este pueblo herido y ultrajado,
despojado de su luz,
de sus estrellas...
Para este pueblo que vive -que muere-
en las profundidades de la noche.
¿La gratitud?
¿Ha dicho usted gratitud?
¡No, señor...!
En esta tierra tan seca
-tan áspera y tan seca-
la gratitud y el amor
han perdido todo su valor,
son fantasmas, recuerdos...
Sólo les poseen los niños
y juegan con ellos
cuando rompen sus fusiles
o quedan calvas sus muñecas.
En esta tierra tan seca
sólo sirve la vanidad:
el oropel y el latón,
porque reverberan,
porque fingen luz.
Pero no a mí.
A mí me sirve la injuria,
la voz de tronco y roca,
la tea y la antorcha
que tímidamente iluminan
el camino de las procesiones
hacia la revolución,
y que agita y atiza el clamoreo.
Me sirve la locura insurrecta,
el sueño de la muerte
(¡La muerte o la libertad!)
Me servirían también la ternura,
la compasión y el entendimiento
que usted me ofrece,
pero yo soy muy pobre,
no tengo ya
con qué pagar sus mercancías.
He vuelto de la plaza
sin la plata tintineante
de la lágrima,
sin el cascabel dorado
de la risa.
Lo he gastado todo.
¡Todo!
... Pero no...
Usted no puede comprenderme,
después de todo es un mercader.
Ahora, si me disculpa:
debo azotar mi látigo
con sus siete espuelas
montando el viento,
contra el tirano ciego
que nos dicta la noche,
que nos impone la sombra,
para hacerlo sangrar,
para gritarle con fuerza
que nos devuelva la luz.
¡Que nos devuelva la luz…!
pero yo soy muy pobre,
no tengo ya
con qué pagar sus mercancías.
Llegué de la plaza
sin la plata tintineante
de la lágrima,
sin el cascabel dorado
de la risa.
Lo he gastado todo.
¡Todo!
Hice una sola compra,
una sola:
Compré el látigo fulminante
de la injuria.
Debe usted comprender mejor que nadie.
Es necesario tenerlo, guardarlo...
-con sus siete espuelas de hierro
bien afiladas en sus siete puntas-
Es necesario tenerlo, guardarlo,
ponerlo a remojar con sal,
con vinagre hirviente…
Guardo conmigo sólo dos palabras:
Una de humildad,
que será la herencia de mis hijos.
Y otra de consuelo
para este pueblo herido y ultrajado,
despojado de su luz,
de sus estrellas...
Para este pueblo que vive -que muere-
en las profundidades de la noche.
¿La gratitud?
¿Ha dicho usted gratitud?
¡No, señor...!
En esta tierra tan seca
-tan áspera y tan seca-
la gratitud y el amor
han perdido todo su valor,
son fantasmas, recuerdos...
Sólo les poseen los niños
y juegan con ellos
cuando rompen sus fusiles
o quedan calvas sus muñecas.
En esta tierra tan seca
sólo sirve la vanidad:
el oropel y el latón,
porque reverberan,
porque fingen luz.
Pero no a mí.
A mí me sirve la injuria,
la voz de tronco y roca,
la tea y la antorcha
que tímidamente iluminan
el camino de las procesiones
hacia la revolución,
y que agita y atiza el clamoreo.
Me sirve la locura insurrecta,
el sueño de la muerte
(¡La muerte o la libertad!)
Me servirían también la ternura,
la compasión y el entendimiento
que usted me ofrece,
pero yo soy muy pobre,
no tengo ya
con qué pagar sus mercancías.
He vuelto de la plaza
sin la plata tintineante
de la lágrima,
sin el cascabel dorado
de la risa.
Lo he gastado todo.
¡Todo!
... Pero no...
Usted no puede comprenderme,
después de todo es un mercader.
Ahora, si me disculpa:
debo azotar mi látigo
con sus siete espuelas
montando el viento,
contra el tirano ciego
que nos dicta la noche,
que nos impone la sombra,
para hacerlo sangrar,
para gritarle con fuerza
que nos devuelva la luz.
¡Que nos devuelva la luz…!
1 Opiniones:
De mis piezas favoritas de toda su muy recomendable obra sr.
Dichoso de haberla escuchado de voz de su propio autor, en medio de la quinta y la novena cerveza.
Salu2.
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