Los ojos se cierran de repente,
aprietan con fuerza para no mirar
Se acabó la música…
No volverán las tardes
a sus helechos memoriosos,
nunca más brotarán del monte…
Terminó el viento su rondín,
el fuego su danza,
el agua su oración.
Sibila quietud,
tierra permanente.
Silencio del tiempo.
¡Es preciso que cante la sangre!
Derramemos canción tibia y roja
sobre la tierra callada
para despertar con su calor al fuego
y con su caudal melodioso
al torrente lucífero de los ríos,
para que vuelva el viento
a traernos la música del monte:
de frondas más altas,
de madrigueras más profundas…
Vertamos en una canción la vida
para clamar por el espíritu del cielo.